miércoles, 2 de febrero de 2011

ECONOMÍA DE LA DICHA III




La Noción Común en Naturaleza

Las nociones comunes surgen de una concatenación de pasiones amorosas, afecciones pasivas alegres o alegrías de causa externa, que despiertan en las criaturas la idea de su propia naturaleza dichosa, el entendimiento de sí, apetito, conato o deseo, que los hace dichosos y que no puede más que coincidir con su propia naturaleza. Es esa coincidencia o comunión la noción común misma, idea de relación entre la naturaleza de un cuerpo externo y la propia naturaleza. Primera idea del “bien”, del “amor” y de la “dicha” de la composición, que como tal es esencialmente común y dichosa.
La dicha es el hilo conductor que mantiene unidas esencia y existencia, es la medida de su mutua expresión y perseverancia. Por su virtud conocemos la propia esencia dichosa, el conato, apetito o deseo y por su virtud, también, podemos conocer todas las esencias.
La desdicha o tristeza es la medida de la distancia o desunión entre esencia y existencia, la expresión de su mutua inexpresividad. Por ella desconocemos la propia esencia dichosa o naturaleza y tendemos a abandonar la propia existencia.
La pasión dichosa es el oriente porque la dicha es el origen. Todas las criaturas reinciden en el apetito, tendencia o deseo de dicha, por la expresión de esa naturaleza esencial surge la afección, que es siempre afección de la esencia, apetito de dicha, deseo, que nos mueve al encuentro dichoso o desdichado.
Ser feliz, ser dichoso, no es otra cosa que organizar los encuentros de tal manera que, en su mayoría, nos afecten de dicha y es experimentar el aumento de la propia potencia de existir o tendencia a perseverar en la existencia que no es otra cosa que la expresión de la propia esencia o naturaleza dichosa.
Toda la dicha que experimentemos en la existencia proviene de la expresión de nuestra propia esencia dichosa, no hay más dicha en la existencia que aquella que proviene de nuestra propia naturaleza. Aquello que llamamos “alegrías de causa externa” y que Spinoza llama “amor” (Ética III, definición de los afectos VI), es la expresión especular de la propia naturaleza por virtud de una naturaleza externa que conviene con la nuestra.
“Padecemos porque somos una parte de la Naturaleza que no puede concebirse por sí y sin las otras partes.” (Ética IV, proposición II). Las dichas que las causas externas nos proporcionan son indispensables para la expresión de la propia dicha o naturaleza esencial.
La raíz alcanza la dicha creciendo en profundidad y el follaje alcanza la dicha creciendo en altura. Aquello que hace crecer o no crecer a la naturaleza de la raíz, es una naturaleza externa con la que comulga llamada “humedad” y aquello que hace crecer o no crecer a la naturaleza del follaje, es una naturaleza exterior a la que llamamos “luz”. La dicha esencial del vegetal se expresa en la existencia por causas externas que son nociones comunes en naturaleza, por virtud de cuales aparece su propia naturaleza dichosa.
Tanto el movimiento y reposo de las partes simples y eternas que nos componen en nuestra complejidad extensa, materialidad o corporalidad, como el entendimiento de sí, de la naturaleza del propio cuerpo, determinan la figura, crecimiento o acción de aquello que llamamos “individuo”. Dos atributos distintos, extensión y entendimiento, expresan una misma dicha esencial.
La Naturaleza toda es un conjunto infinito de nociones comunes, un individuo infinitamente complejo, cuando desaparece alguno de sus aspectos se interrumpen todos aquellos otros que dependían de él para su expresión. Eso es lo que hoy en día llamamos “impacto ambiental”.
Siempre hay causas externas más potentes que pueden destruirnos (Ética IV, proposición III), un solo meteoro alteró la evolución de todas las especies en nuestro planeta y una sola “especie”, es decir, una sola “mirada”, alienada en sus propias afecciones, altera la Naturaleza toda.
Toda la dicha o alegría que podamos experimentar en la existencia está determinada por un quantum de dicha esencial, un máximo y un mínimo, que es innato y por el cual no habrá más dicha en la existencia que aquella que logremos expresar de nuestra propia esencia dichosa. La dicha de un gato está encerrada en los límites de su “felinidad”, de su esencia felina, expresada en un cuerpo felino y un entendimiento felino. La dicha de un ser humano está encerrada en los límites de su humanidad, su esencia humana. La existencia sólo se encarga de expresar o reprimir, de favorecer o entorpecer, esa dicha esencial y esa expresión sólo se logra por el efecto especular de las nociones comunes en naturaleza.
La ausencia de nociones comunes en naturaleza, de pasiones dichosas o afecciones alegres, que nos hagan experimentar la dicha de la propia naturaleza por virtud del encuentro con una naturaleza externa que conviene con la nuestra, es la causa del desconocimiento o la ignorancia de la propia naturaleza dichosa o esencia, del desentendimiento de sí que impide que el individuo o modo finito, exprese en la existencia su propia naturaleza dichosa. Es la causa de criaturas “bizarras”, que se comportan de manera que no expresa su propia naturaleza o esencia, criaturas que habiendo perdido el rumbo de la noción común por la ausencia de naturalezas externas que las reflejen, buscan a tientas y a ciegas el modo de perseverar en la existencia.
Las plantas sembradas en la oscuridad crecen en forma bizarra, sin ningún color, no logran encontrar una naturaleza externa que refleje y exprese la propia, hacen entonces lo que pueden, sin rumbo aparente por ausencia de alguna noción común en naturaleza y finalmente perecen o, si pueden, mutan en su propia naturaleza para alcanzar alguna noción común que las espeje.
La semilla y el espejo son las metáforas de la expresión (G. Deleuze, “Spinoza y el problema de la expresión”, “El expresionismo en filosofía”, página 320), la semilla tiende a expresar la dicha del árbol del que proviene, pero necesita del espejo que refleje y despierte su propia naturaleza dichosa, sin él, ella enmudece reprimida en vanos intentos.
El infante reclama con su llanto el alimento, el calor y la “mirada”, es decir, la “especie” que por reflejo lo haga humano. Si obtiene las primeras pero carece de mirada en la cual espejarse, su humanidad será bizarra.
La pasión dichosa es el oriente porque la dicha es el origen y la noción común en naturaleza es el rumbo de la expresión. Todo individuo crece, se desarrolla y expresa por nociones comunes, ideas de relación, por la comunión con naturalezas externas con las que conviene y se compone de tal suerte que la Naturaleza toda es una trama infinita de nociones comunes, un individuo infinitamente complejo del que nada puede extraerse sin alterar la trama.
Como la mente (“mens”) es una idea del cuerpo existente en acto (Ética II, proposición XIII), no conoce ni posee la idea de su propia naturaleza o dicha esencial, que es innata y por ende, ignorada. Ni el cuerpo ni la mente poseen alguna idea de su naturaleza o esencia dichosa, hasta que ésta es afectada en la existencia. La afección existencial no es otra cosa que expresión esencial, aumento o disminución de la potencia de existir en función de las afecciones de la propia existencia, es decir, alegrías o tristezas, dichas o desdichas.
La vida misma no es otra cosa que la expresión de una esencia en la existencia, toda la dicha o alegría que esa existencia exprese proviene de su naturaleza dichosa y toda la desdicha o tristeza que esa existencia exprese proviene de la inexpresividad o represión de su naturaleza.
Sólo conocemos nuestra esencia por las afecciones de nuestra existencia. Si las afecciones son desdichadas, la potencia de existir o esencia disminuye y se expresa cada vez menos, esa disminución de la potencia de existir es lo que conocemos como impotencia, es decir, desdicha o tristeza. La mente como idea del cuerpo existente en acto se configura en la impotencia y la sumisión, esa es la génesis del poder como antítesis de la potencia.

LA IDEA DE TODAS LAS IDEAS

El concepto de “noción común” que Spinoza expresa claramente a lo largo de La Ética, es propio de todo lo vivo y es por su virtud que la naturaleza individual se expresa en la Naturaleza toda, que el entendimiento de sí, se hace entendimiento de otros seres y de otras cosas de la Naturaleza y, exclusivamente en los seres humanos, se hace entendimiento del entendimiento y entendimiento de la extensión, es decir, de los atributos de Dios y de sus modos de expresión, fuera de lo cual no hay nada más que entender para un entendimiento finito o infinito en acto (Ética I, proposición XXX).
Los seres humanos son los únicos que conciben, es decir, reciben, la idea de Dios, son los únicos que pueden “mirar” la Naturaleza toda en su conjunto infinito y atribuirle “especies” de acuerdo a su “mirada”.
La idea de Dios es primordial en la obra de Spinoza no por un asunto religioso (nunca pretendió quedar bien con el poder religioso, ni el judío ni el católico), sino porque esa idea es especificadora, dotante de “especies”, es decir, de “miradas”. Es la idea que configura toda ideología, toda mirada del mundo y de la vida, toda especificación al respecto. Aún en el agnóstico y en el ateo, la idea de Dios es central en su sistema de pensamiento, como duda consciente en el primero o como negación pertinaz en el segundo, configura la trama de un sistema de ideas. La idea de Dios configura la matriz de una trama de pensamiento, afirmando, dudando o negando, un entendimiento en el que caben determinados modos de pensar y no otros.
La idea de Dios surge inevitablemente de la confrontación entre el “entendimiento finito en acto”, es decir, la mente de un ser humano particular, nutrida por el “entendimiento infinito en acto”, o sea, el entendimiento de la humanidad toda en todos los tiempos, con su límite absoluto, el “entendimiento infinito absoluto”, modo infinito inmediato de la Naturaleza Naturalizante, Sustancia Infinita o Dios (Epistolario, carta LXIVde Spinoza a Schuller).
No es una idea religiosa, aunque tome ese aspecto en la mayoría de las mentes humanas por insuficiencia de conocimientos que son reemplazados por la imaginación y las creencias, es una idea ontológica general, la más universal de las nociones comunes universales, una idea del “Ser” que nos interrogará para siempre, que oficia de interrogante universal y eterno.
Las religiones fallan, en general, porque en vez de concebir ideas adecuadas del mundo y de la vida, las imaginan de acuerdo a sus propias necesidades. Como la imaginación misma, las religiones no fallan por imaginar, fallan por carecer de ideas adecuadas que excluyan aquello que imaginan, por padecer su propia imaginación que las esclaviza a ideas inadecuadas, es decir, ideas que impiden o reprimen la expresión de la esencia en la existencia, o sea, ideas desdichadas o tristes.
El dios antropomórfico y todo poderoso, como monarca o creador trascendente y voluntarioso (contingente) de todo lo que es y obra en la naturaleza toda, sólo puede ser temido y obedecido, es decir, padecido, y el intelecto humano sólo puede concebirlo, o sea, recibirlo, por revelación o profecía. De éste dios dudan los agnósticos y a éste dios combaten los ateos inteligentes. El Dios infinitamente potente, como creador inmanente de toda potencia que es y obra en la Naturaleza toda, puede ser comprendido y amado intelectualmente, expresado desde la propia naturaleza dichosa, es decir, con alegría y júbilo.
La idea de Dios surge de ese límite o frontera, que no separa más allá de lo que une, entre el entendimiento infinito en acto y el entendimiento infinito absoluto. Como límite o frontera determina todo el sistema del pensamiento humano, todo aquello que llamamos “humanidad”. En esa línea virtual, que se expande o retrae según los lugares y los tiempos, están todas las ideas de Dios que el entendimiento humano pudo y supo concebir, incluyendo muy especialmente a las de Baruch de Spinoza. Esas ideas crearon mundos diferentes que el hombre habitó y habita desde sus inicios. El “aspecto del universo todo” muta en paralelo con el “entendimiento infinito en acto”, ambos modos infinitos mediatos de los atributos de Dios, cambian paralelamente.
Spinoza en su famosa carta LXIVa Schuller no da ejemplos del modo infinito mediato del atributo “pensamiento” y su sistema modal del pensamiento queda incompleto en relación a su sistema modal de la “extensión”. Esa abstención o ausencia de conceptos al respecto lo hacen blanco de críticas y objeto de infinitas intrigas e interpretaciones. Coincidimos con la de Vidal Peña (“El Materialismo en Spinoza” 1974, capítulo VI), en que ese ejemplo faltante correspondería al “entendimiento infinito en acto”, al pensamiento humano en su conjunto histórico y social, científico y humanístico, a esa “infinita-mente”, infinitamente compleja que configura el pensamiento de la humanidad toda en todos los tiempos.
Desde aquella tortuga gigante que soportaba al mundo, pasando por la idea de la tierra como centro del universo a la del sol como centro del sistema y a la de los actuales “agujeros negros” como centro de las galaxias, el “aspecto del universo todo” o modo infinito mediato del atributo extensión, cambia constantemente en paralelo con los cambios del “entendimiento infinito en acto” o pensamiento de la humanidad toda en todos los tiempos, modo infinito mediato del atributo pensamiento. Y ambos dos cambian constantemente en relación al avance o retroceso del entendimiento infinito en acto sobre el entendimiento infinito absoluto o idea de las ideas en Dios, Sustancia Infinita o Naturaleza Naturalizante.
El infinito mediato es la dimensión de lo histórico-social, de lo científico-humanístico, tanto en relación a las ideas sobre la materia universal como en relación a las ideas del pensamiento mismo.
No obstante, los tres infinitos que Spinoza describe de manera incompleta en su carta LXIV a Schuller, que Gilles Deleuze retoma en “Spinoza: Filosofía Práctica” (“Infinito”, pág. 100) y que Vidal Peña completa con el aporte de su interpretación, están unidos en un solo y único infinito en acto o actual. Están unidos por algo que de ellos emana y los atraviesa en ambas direcciones, el sentido mismo de todo sentido, aquello que es la esencia de toda esencia.