domingo, 10 de abril de 2011

ECONOMÍA DE LA DICHA V



EL RETORNO NECESARIO



Nada nos dice Spinoza sobre el proceso de morir, pero eso no nos impide interpretarlo desde su visión o perspectiva.

En el proceso de morir sucede algo muy particular, cualquiera sea el estado de nuestra mente, mente afección o pasión del primer género, mente relación o razonamiento del segundo género o mente esencia o beatitud del tercer género, la esencia, aquí entendida verdaderamente como “alma”, se hace presente a la mente y al cuerpo que se desafectan y desvanecen.

No se hace presente como algo distinto de aquello que se ausenta, no es la estela abstracta de lo que ya no es, se hace presente como la imposibilidad misma de su ausencia, “Cada idea de una cosa singular existente en acto (o sea, finita), implica necesariamente la esencia eterna e infinita de Dios.”(Ética II, proposición 45).

Como afirma Pierre Macherey en “Hegel o Spinoza”, “La Teleología”, página 257, “La eternidad en Spinoza es esencialmente causal”, infinitamente causal, no se ausenta nunca y es precisamente la presencia que se expresa en toda finitud. “La eternidad spinociana no es un género particular de la duración, no es una duración prolongada más allá de todo límite asignable.” La eternidad en Spinoza es causa inmanente de la finitud y persevera en ella misma. La finitud o duración es un efecto de la eternidad y no su defecto.

La mente afección/pasión del primer género de la existencia, no puede concebir idea adecuada alguna sobre la desafección/apatía de sí misma y del cuerpo del que es idea. Esta mente desaparece absolutamente en el proceso de morir y la aparición de su esencia, es decir, su propia “alma”, le resultará inconcebible, como le resultó en vida.

La mente relación/razonamiento del segundo género de la existencia, capaz de ideas adecuadas, se esforzará cuanto le sea posible por concebir, es decir, recibir de sí misma una idea adecuada de la última afección que padece su cuerpo. Pero esta mente no expresa otra cosa que la “infinita mente” de toda la humanidad en todos los tiempos y es muy probable que no encuentre allí, en el entendimiento infinito en acto, ninguna idea adecuada que exprese aquello que está aconteciendo, sencillamente porque la humanidad toda no ha pensado adecuadamente su propia muerte, salvo honradas e ignotas excepciones. Se dirimirá entonces en la fe, como creyente o ateo, dos caras de la misma cosa o como agnóstico en la incertidumbre de la duda.

Sólo la mente/esencia del tercer género, ha recibido (concebido) en vida la idea de su propia esencia (alma) y sólo esta mente comprende adecuadamente aquello que le acontece a sí misma y a su cuerpo. Es capaz entonces de contemplarlo todo con absoluto desapego, sin pasión ni padecimiento, sin razonamiento alguno, desde un tercer lugar que está a salvo de la muerte misma porque es eterno y es pura “intuición”.

“Intuición” significa; “imagen, mirada” (C.P. Diccionario Crítico Etimológico), no es la “mirada” particular de la “especie”, del “specere”, que en la muerte se deshace y funde con todas las especies o miradas, es la “mirada” del común absoluto que se hace presente como “imagen”, que siempre estuvo allí de modo innato y que ahora sólo parece aparecer.

“…el alma (aquí si como esencia) ha tenido eternamente esas perfecciones que hemos supuesto ficticiamente se añadían ahora a ella…” (Ética V, proposición 33, Escolio).

El espíritu conoce eternamente aquello que suponemos le acontece.

La idea de la propia esencia (alma) nos conduce a concebir (recibir) la idea de la esencia de todo lo que es y obra en la naturaleza toda, en una compasión dichosa, una fusión común en la dicha frente a la imagen o intuición de la dicha absoluta.

Guille Deleuze se pregunta en “Spinoza y el problema de la expresión” (“Teoría del modo finito”, “Beatitud”, página 313.) ¿De qué sirve la vida entonces, si de todos modos nos encontraremos con nuestra propia esencia dichosa, cualquiera sea el estado de nuestra mente?

Para responder esta pregunta debemos hacer un esfuerzo del entendimiento, sigamos el razonamiento de Spinoza y llevémoslo a sus propios límites.

A la naturaleza de la Sustancia le pertenece existir (Ética I, proposición VII), ella no elige si existe o no existe, no hay contingencia en la Sustancia, ella está determinada a existir por su propia naturaleza. Como dice Pierre Macherey (“Hegel o Spinoza”, “La determinación”, página 182) “Dios no está menos determinado a actuar que las cosas que dependen de él: se podría decir incluso que lo está más en la medida que reúne en él todas las perfecciones.”

En la Sustancia, esencia y existencia son una y la misma cosa, la existencia de la Sustancia está determinada por su esencia (Ética I, definición I, “Causa de sí”.) y su esencia no es otra cosa que las infinitas esencias expresadas en la existencia misma en acto de sus infinitos Atributos. De tal suerte que las esencias existentes son la expresión de la esencia infinita de Dios, o sea, aquello que necesariamente existe. “Las cosas no han podido ser producidas por Dios de ningún otro modo ni en ningún otro orden, que como han sido producidas.” (Ética I, proposición 33).

El desmesurado rulo de las esencias y las existencias se cierra sobre sí mismo, es la serpiente que se muerde la cola o el signo del infinito.



Las esencias existentes determinarán toda futura existencia, en tanto regresarán a la esencia infinita de la Sustancia a la que le pertenece existir, pero además y fundamentalmente, porque sus existencias han sido causa de todo lo que existe.

A cada minuto, a cada instante, expresamos Dios, Sustancia infinita o Naturaleza Naturalizante en la existencia, nada acontecerá que no esté ya mismo aconteciendo, el futuro es exactamente hoy, aquí y ahora.

Aquello que los seres humanos no asumimos, por la complejidad de la tarea o por la facilidad de su delegación, es que somos Dios en la existencia, como es Dios todo lo que existe en la naturaleza toda. No hay tal cosa llamada “Dios”, fuera de tal cosa llamada “Naturaleza”. “Deus sive Natura”, es decir, Dios o sea la Naturaleza.

Cada esencia que pasa a la existencia lleva en sí misma la esencia de Dios y de su expresión depende la expresión de Dios mismo en la existencia. Si a la naturaleza de la Sustancia le pertenece existir, no hay existencia fuera de la Sustancia, ni Sustancia fuera de la existencia. Dios no está en otro sitio fuera de la expresión de sus modos o modificaciones existentes.

Si toda esencia individual proviene de la esencia infinita de la Sustancia y a ella regresa, en tanto es eterna, y si a la naturaleza de la Sustancia le pertenece existir, toda esencia que regresa a la Sustancia, regresa a la existencia. Habría en los límites del pensamiento de Spinoza una teoría del necesario y eterno retorno.

Toda esencia existente en acto regresa a la esencia infinita de la Sustancia, a la que le pertenece existir y que es su causa. Regresa efectuada por una existencia, duración, realidad o perfección determinada, pero la esencia infinita de la Sustancia no se expresa a sí misma, sino en las infinitas esencias existentes en acto. Todo aquello que regresa a Dios, a la Sustancia infinita a la que le pertenece existir, regresa a la existencia.

Dios no se expresa a sí mismo, su reflexión es la existencia misma, su entendimiento infinito es su obrar infinito, su absoluta simpleza compone toda complejidad existente y su entendimiento infinito absoluto se expresa en todo entendimiento, finito o infinito en acto. Dios no es un sujeto, no se piensa a sí mismo, “el pensamiento en Dios no es autoconsciente” (Vidal Peña, nota al pie n° 18, “Ética” y “El materialismo en Spinoza”), su esencia es pura expresión existencial en tanto a su naturaleza le pertenece existir, pura Naturaleza Naturalizante en Naturaleza Naturalizada.

Nada nos dice Dios que no estemos diciendo aquí y ahora, nada obra Dios que no estemos obrando aquí y ahora, nada piensa Dios que no estemos pensando aquí y ahora. El Dios de Spinoza hace indelegable y urgente la tarea de comprender y obrar adecuadamente, es decir, con una mente adecuada.

Dios es esencia infinita, infinita satisfacción inmutable o impasibilidad, infinita dicha que nos es dada en nuestra esencia dichosa, potencia de existir, naturaleza, conato o deseo. Podemos ignorarla a lo largo de toda nuestra duración, existencia o realidad, podemos contradecir nuestra esencia dichosa al límite de la desdicha absoluta y agotar su potencia de existir hasta la muerte misma. Nada de todo esto conmueve a Dios en su impasibilidad que continuará haciendo con aquello que hay, aquí y ahora, lo más perfecto.

Dios es un absoluto, no tiene origen ni tiene oriente, no tiene principio ni finalidad. Su naturaleza es existir y de eso se ocupa una e infinitas veces, impasiblemente. Cada uno de nosotros apenas somos Su expresión, modos de la Sustancia infinita, pruebas de su extensión y pensamiento absolutos, de su naturaleza a la que le pertenece existir.

Que Dios exista aquí en la existencia, así como existe en el infinito orden de las esencias, no es Su tarea sino la nuestra o, mejor dicho, Su tarea se cumple inmanentemente a través de nosotros mismos, sus modos o modificaciones.

Expresar la propia esencia dichosa, es expresar Dios en la existencia, promover los encuentros dichosos es promover Dios en la existencia, perseverar en la dicha es perseverar en Dios y hacer que Dios persevere. Comprender su esencia dichosa es comprender la verdad de la dicha esencial de todo lo que es y obra en la naturaleza toda.

Cuando las mentes humanas acceden al conocimiento de su propia esencia dichosa, acceden al conocimiento de Dios, el entendimiento finito en acto rosa el entendimiento infinito absoluto, el padecimiento se hace impasibilidad y la ignorancia se deshace en sabiduría y beatitud. No hay diferencia alguna entre el conocimiento científico, filosófico o artístico, cuando es verdadero, y las ideas en Dios, no hay diferencia entre la creación científica, filosófica o artística y la creación en Dios, es entendimiento infinito en acto que avanza sobre el entendimiento infinito absoluto.

La distancia que existe entre el entendimiento infinito en acto, la infinita mente de la humanidad toda en todos los tiempos y su límite absoluto o frontera de su expansión, el entendimiento infinito absoluto o conjunto infinito absoluto de las ideas en Dios, es la exacta medida que media entre el padecimiento existencial y la impasibilidad absoluta o Beatitud.

Pero cada ser humano es apenas una parte de la infinita multitud y su entendimiento finito en acto es apenas una parte del entendimiento infinito en acto, la infinita mente de la humanidad toda en todos los tiempos. La tarea no finaliza con la comprensión de la propia esencia, de la esencia de lo que es y obra en la naturaleza toda y de la esencia de la Sustancia, sino que allí apenas comienza. La tarea humana es esencialmente política, debe expandirse a la multitud desde cada individuo, debe alcanzar su cometido común.

Cuando leemos a Spinoza y tratamos de comprenderlo con todo el esfuerzo de nuestro entendimiento, somos Spinoza, somos una porción del entendimiento infinito en acto llamada “Spinoza”, su reencarnación, su actualización aquí y ahora. ¿Quién puede decir, mientras comprende a Spinoza, que Spinoza ha muerto? Las ideas adecuadas, que son en la mente humana tal cual son en Dios, son eternas. Puede que su existencia sea limitada, que perseveren silenciosas al límite de su extinción, que su expresión trate de ser llevada a la inexpresividad misma por los profetas de la ignorancia. Nada de eso debe preocuparnos, en tanto ideas verdaderas, sub especie eternidad, regresarán a la existencia, una y mil veces, impasiblemente, como impasible es la naturaleza de la Sustancia a la que le pertenece existir.

Guille Deleuze se responde a sí mismo: “De hecho, según Spinoza, nuestro poder de ser afectados no será colmado (después de la muerte) por afecciones activas del tercer género si no hemos logrado durante la existencia misma experimentar proporcionalmente un máximo de afecciones activas del segundo y tercer género (ideas adecuadas de las causas e ideas de las esencias)”.

¿Qué es ese poder de ser afectados después de la muerte?, no puede referirse al cuerpo, ni a la mente como idea de las afecciones del cuerpo existente en acto, ni a las ideas de esas ideas, porque nada de todo eso ahora existe.

Si la mayor parte de nosotros mismos, de nuestra mente, está constituida por ideas afección de nuestro propio cuerpo e ideas de esas ideas, ni siquiera llegaremos a experimentar la infinita satisfacción inmutable o impasibilidad de la “intuición”, la mirada de la imagen o la imagen de la mirada, del entendimiento infinito absoluto ahora en acto. Así como la dicha esencial, la idea de nuestra propia esencia dichosa, pasó totalmente inadvertida en la existencia, no habrá aquí mente en el modo eternidad capaz de ser afectada, de concebir (recibir) idea alguna de la esencia. Casi nada comprendimos en vida, sujetos a las pasiones y el padecimiento, y nada queda de nosotros mismos más allá de nuestra propia esencia dichosa, innata e ignorada. “Dejaremos de ser ni bien dejemos de padecer” (Ética V, proposición 42, escolio.) y nuestra esencia innata e ignota regresará a la esencia infinita de la sustancia a la que le pertenece existir.

Todo lo que hayamos comprendido en el segundo género del conocimiento, todas las ideas adecuadas que hayamos podido alcanzar y que son en nosotros como son el Dios, perseverarán en el entendimiento universal, la infinita mente de la humanidad toda en todos los tiempos o entendimiento infinito en acto, como expresión mediata del entendimiento infinito de la Sustancia o atributo pensamiento, al que le pertenece existir. Ideas sub especie eternidad que expresan el conocimiento adecuado de la humanidad toda en todos los tiempos y que estará disponible para generaciones futuras, tal cual estuvo disponible para nosotros mismos. “…en vano busca eternidad el alma arbitraria cuando la tiene asegurada en vidas ajenas…” (Jorge L. Borges, “Escritura en algún sepulcro”).

Todo lo que hayamos comprendido en el tercer género del conocimiento nos brindará la infinita satisfacción inmutable o impasibilidad de un tránsito dichoso, tanto en la existencia como después de ella.

El tercer género del conocimiento o modo de la existencia en las esencias, es decir, las esencias mismas tal cual son y obran, se hacen presentes en el momento de la muerte. Nada percibirán aquellos espíritus que sólo saben padecer, no hay en ellos ideas en el modo eternidad y no hay, por ende, mente eterna que pueda afectarse, transitarán la muerte con la misma ignorancia con la que transitaron la vida. Su esencia innata e ignorada regresará a la esencia infinita de la sustancia a la que le pertenece existir.

El asombro será la afección de aquellas mentes que transcurrieron su existencia en el segundo género del conocimiento, las ideas sub especie eternidad que son en ellos como son en Dios, configuran una mente susceptible de afección que experimentará el asombro de la manifestación o epifanía. Tanto para el creyente como para el ateo, la presencia de la propia esencia dichosa resulta una asombrosa revelación y para el agnóstico es el final de su duda argumental. Hay en estas mentes una especie de eternidad, la del conocimiento adecuado, que las hace susceptibles de afección y les permite reconocer la propia esencia, aunque sea por el asombro.

La impasibilidad será el afecto de las mentes que alcanzaron el tercer género del conocimiento y son en los hombres como son en Dios, no habrá asombro frente a la aparición de la propia esencia dichosa que han conocido y comprendido en vida. Estas mentes son en su mayor parte idénticas al entendimiento absoluto de la Sustancia y podrán perseverar en Él.

Nada acontece en la muerte distinto de lo que ha acontecido en vida. Si el miedo fue el motor de la existencia será igualmente el motor en el proceso de morir. Si la ignorancia del propio deseo, de la propia esencia y con ella la de todas las esencias, primó en la existencia, esa misma ignorancia prevalecerá en el proceso de morir y el surgimiento de la esencia será inconcebible.

Si hemos llegado a conocer, impasiblemente, nuestro propio deseo, con sus “virtudes” y sus “miserias”, nada nos atemorizará ni nos asombrará de lo que acontezca allí, en el proceso de morir. Asistiremos a él con absoluto desapego, permitiendo que progrese hasta donde deba progresar.

La vida sería una prueba, que nunca es moral, no implica ni premios ni castigos, sólo se trata de una prueba ética, una prueba de resistencia de materiales, resistencia en extensión y resistencia en intensidad, hasta alcanzar la cualidad de la propia esencia dichosa e impasible.

“El que tiene un cuerpo apto para muchas cosas, tiene un alma (mente) cuya mayor parte es eterna.” (Ética V, proposición 39).-



LA EXPERIENCIA DE LOS SUEÑOS



Los sueños, como ensayos cotidianos de la propia desafección corporal, son una clara manifestación de la expresión de nuestros propios deseos, nuestra propia esencia, en la existencia.

Dormir es desafectar, sin prisa pero sin pausa, la totalidad de nuestro cuerpo; es oscuridad en la que se apaga el sentido dominante de la vista, es silencio en el que el oído se aquieta, es embotamiento del sentido del tacto que desaparece en la cama mullida, el cuerpo se desvanece en una “nada” de la que es rescatado por cualquier abrupta afección. La desafección corporal implica ausencia de ideas en tanto afecciones del cuerpo existente en acto, la mente deja de pensar y se desafecta con el cuerpo del que es idea.

En ese estado en el que nuestro cuerpo físico y nuestra mente se han desvanecido, surge en determinado momento un cuerpo mental con un cúmulo de ideas, que no implican afección actual alguna, ni del cuerpo ni de la mente, sino más bien, afecciones o padecimiento pretéritos, sobre todo del día de la víspera.

Nuestra propia mente se enfrenta cada noche con sus propios deseos y allí, en los sueños, experimenta el enfrentamiento con su propia esencia dichosa. Se dramatiza entonces, alucinatoriamente, el encuentro entre nuestra dicha esencial y aquello que le impide expresarse adecuadamente en la existencia.

Se expresa aquí la “mente paradójica”, paradójicamente, que como toda paradoja “destruye al buen sentido como sentido único y destruye al sentido común como asignación de identidades fijas” (Guille Deleuze, “Lógica del sentido”, página 27). Surge entonces la “mente alucinatoria” que expresa paradójicamente a la propia esencia dichosa, el propio deseo, la naturaleza misma, tendencia, conato o potencia de existir.

Es el mundo de “Alicia en el país de la maravillas”, donde se hace posible aquello que sólo en la vigilia parece imposible. Es la potencia de la dicha esencial que se expresa sin ningún sentido común ni buen sentido.

El insomnio es la dificultad frente a ese proceso natural y cotidiano, tan indispensable por ser expresión de la esencia y las “pesadillas” o sueños terroríficos dramatizan la distancia que separa nuestro deseo esencial y dichoso de nuestra existencia real y cotidiana.

Las mentes rígidas, excesivamente apegadas al buen sentido y al sentido común, suelen padecer insomnio, porque no soportan las paradojas y el sueño es una paradoja. Las mentes que no acceden al conocimiento adecuado de su propio deseo, se enfrentan a él cotidianamente en los sueños y las pesadillas.

El deseo que es reprimido en la vigilia se expresa alucinatoriamente en los sueños, la esencia que no logra expresarse en la existencia misma, se expresa como aquello eternamente presente en la finitud misma.-